2016, el año en que la paz llegó para quedarse en Colombia
Como lo dijo el Presidente Santos en Oslo citando a su amigo Gabo, en este 2016 los colombianos nos debatimos en un “permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, entre la duda y la revelación”, pero al final resultó ser el año de la oportunidad para la paz, del arribo al puerto de destino, de empezar a hacer posible lo que parecía imposible.
Colombia vivió en 2016 el huracán de la paz. En enero estábamos contentos por el acuerdo en el punto sobre víctimas del conflicto. En marzo queríamos acuerdo ya, pero se aplazó por lo intrincado del trabajo en la mesa de negociaciones. En mayo se dio un importante paso adelante con la luz verde al documento para brindar seguridad y estabilidad jurídica a los acuerdos finales.
El 23 de junio las partes llegan a un consenso sobre el fin del conflicto, relacionado con el cese al fuego bilateral y las zonas veredales de transición. La confianza se fortalecía. A lo cual siguió, a comienzos de agosto, el establecimiento del cronograma de desarme y la participación de la ONU en esta etapa fundamental.
El 18 de julio la Corte Constitucional avala el plebiscito como mecanismo para refrendar los acuerdos de paz y el 20 de julio, Día de la Independencia Nacional, durante la instalación de las sesiones ordinarias del Congreso, el Presidente llama a todos los sectores del país a deponer los intereses particulares para alcanzar una paz estable y duradera.
El 24 de agosto, humo blanco. El comienzo del fin. Las partes anuncian que terminaron las conversaciones y firman el acuerdo de paz, en un hecho histórico tras cuatro años de trabajo intenso desde la primera reunión en Oslo. El Presidente anuncia el cese al fuego definitivo, que entra en vigor a las cero horas del lunes 29 de agosto.
Ahora la cita sería para el 26 de septiembre en Cartagena, donde el Presidente Santos y Rodrigo Londoño, líder de las Farc, suscribirían el acuerdo final de paz, utilizando para ello el balígrafo, que se ha convertido en un símbolo de la transición del país de la guerra a la Cultura de la No Violencia y la Educación.
Cartagena está en el radar del mundo. El mundo tiene los ojos puestos en la nueva Ciudad de la Paz. El cielo se inunda de luces multicolores de la nueva esperanza. Un avión militar sobrevuela, pero ya no en modo de combate, sino para darle un saludo a la paz y la reconciliación. Las Farc piden perdón a las víctimas.
Se aproxima el 2 de octubre, día del plebiscito, a través del cual se refrendará lo acordado en La Habana. El Presidente no está obligado a esta refrendación, pero él quiere que los colombianos se pronuncien. La agenda presidencial se intensifica. El Presidente recorre pueblos, veredas y ciudades, colegios, universidades, batallones, fábricas y centros de pensamiento.
A todos explica el fondo real de los acuerdos, el clamor de las víctimas que están en el centro de la solución del conflicto, los dividendos de la paz para Colombia en lo social y lo económico, la importancia de superar viejos odios y violencias, de sanar antiguas heridas y rencillas enquistadas en el corazón.
Domingo 2 de octubre. Plebliscito. Resultados. Gana el No por un estrecho margen. Triunfa la abstención que, confiada, no acude a las urnas. Nadie se imaginaba esto. Ni los del No, ni los del Sí, ni las encuestadoras, ni mucho menos la comunidad internacional. Perplejidad total.
Colombia entra en un limbo, en un hueco profundo, en una indefinición sobre su futuro. En las selvas los guerrilleros están listos para ir a las zonas veredales y entregar las armas. No es posible decirle a la oveja perdida que no retorne a la sociedad. Las Farc anuncian que seguirán adelante, que quemaron las naves. El Gobierno prolonga el cese al fuego.
Esa noche los jóvenes, gritando vivas a la paz, acuden a la entrada de la Casa de Nariño. Están descorazonados, heridos. Exigen una respuesta. El Presidente sale a recibirlos. Sencillamente, con una gran sonrisa, a pesar de la derrota en el plebiscito, sabiendo que las derrotas son oportunidades veladas, retos que llaman a ser superados, tormentas que los navegantes deben sortear con fe y certeza, les dice: “Tranquilos, no me rendiré”.
El Presidente no se cruza de brazos. Esa noche, en su discurso de aceptación de los resultados del plebiscito, convoca a un gran diálogo nacional por la unión y la reconciliación. Entonces sí tenía un Plan B, era éste y acababa de ponerlo en marcha: lograr un nuevo acuerdo, que pudiera ser apoyado por la inmensa mayoría de sus compatriotas, a pesar de todas las dificultades en el horizonte.
De modo que, en procura de este objetivo, a lo largo de más de cuarenta días con sus noches, escucha a todos los colombianos. Escucha sus preocupaciones, sus voces de aliento para perseverar y no perder el impulso estando tan cerca de la meta.
Los jóvenes, con sus marchas multitudinarias en las plazas públicas, le dan la fuerza que necesita. La comunidad internacional, antes perpleja, se vuelve a levantar para ratificarle su apoyo: desde el Papa Francisco, el Presidente Obama, las Naciones Unidas, la OEA y la Unión Europea, hasta los países de la región, sin excepción alguna, se suman a las voces que claman por la paz para Colombia. El apoyo internacional resulta abrumador.
Es así como no han pasado ni cuatro días del sorprendente plebiscito cuando el Comité Noruego anuncia la decisión, igualmente sorprendente, de concederle al Presidente Santos el Premio Nobel de la Paz. Una noticia que, según confiesa él mismo, le llega como un regalo del cielo. Como el viento de popa que, en un momento en que el barco de la paz parece ir a la deriva, lo impulsa con mayor fuerza para llegar a su puerto de destino.
Al término de esos cuarenta largos días de diálogo nacional, luego de jornadas intensas que llegaban hasta el amanecer, las propuestas se recogieron, se ordenaron y se atendieron los ajustes con miras al nuevo acuerdo.
Propuestas de las víctimas, la Iglesia, los jóvenes, los empresarios, los partidos de la coalición por la paz y los partidos opositores, las Altas Cortes y magistrados, las organizaciones religiosas y sociales, los sindicatos, las comunidades indígenas y afrodescendientes, los militares retirados, los movimientos de mujeres, los que votaron Sí, los que votaron No y los abstencionistas.
Todos fueron escuchados, a todos se les tuvo presente y se les incluyó en el nuevo ‘Acuerdo de paz para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera’.
Este Nuevo Acuerdo se firmó el 24 de noviembre en el emblemático Teatro Colón de Bogotá, y fue refrendado abrumadoramente poco después por el Congreso de la República, donde ha empezado su implementación, con el visto bueno de las Altas Cortes.
En 2016 la paz llegó para quedarse en Colombia. En 2017 es responsabilidad de cada uno de nosotros empezar a construirla de verdad y cotidianamente en los hogares, los barrios, los campos y las ciudades.
Fomentar la Paz y la Cultura de la No Violencia en cada una de nuestras actividades diarias, volverla posible en nuestros corazones y conciencias, es el elemento diferenciador para que, como decía Gabo y como anhela el Presidente Santos, Colombia pueda tener una nueva oportunidad sobre la Tierra.