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Cóndores de la Cordillera /Por Celso Guerra Gutiérrez

Enrique Jiménez desde muy Joven se dedicó a conducir vehículos en su pueblo natal, San Diego de las flores, a donde llego a vivir su padre, Víctor Jiménez, procedente del municipio de El Molino, La Guajira, con él se inició el ascenso de nativos hacia las alturas de la serranía del Perijá, apéndice de la cordillera de los Andes en este sector del Cesar y La Guajira.
En ese humilde oficio Jiménez proyectó altruismo y sensibilidad social con su familia y particulares, fue una persona desprendida y dicharachera.
El carácter bonachón y querendón de Enrique fue muy apreciado por sus pasajeros en toda la región, el desde muy joven comenzó a conducir un camión mixto del año 1952, que le obsequio su papa, fue el primer carro de pasajeros que cubrió la ruta San Diego, hacia las alturas de esta inexplorada serranía, a donde habían llegado los primeros colonos.
Hasta Valledupar partía o llegaba partida su recorrido diario, pasando por San Diego, que aún era corregimiento de La Paz, El Caserío El Rincón, hasta llegar a Media Luna, población localizada en los más alto de la serranía del Perijá, terrenos que colindan con la frontera de Venezuela.
Este enclave fue fundado por personas procedentes del interior del país quienes huían de la violencia política del siglo pasado en Colombia.
Enrique fue la primera persona tuvo la osadía e intrepidez establecer una ruta comercial con su pesado camión mixto de pasajeros y remontar los escarpados y recién creados y empinados caminos de herraduras, que conducían a Media Luna.
Por esas vías llenas de profundos y tenebrosos abismos en la imponente serranía del Perijá, que llevan a Media Luna llegó en “El rey de la Serranía” como era conocido nuestro celebre camión modelo 1952.
El camionero transporto hacia las alturas pasajeros que gozaban de reconocimiento en el digitar de acordeón, buen compositor y repentistas con mucha picardía, Francisco “Chico” Irenio Bolaños Marshall, famoso juglar oriundo del Molino La Guajira, fue un verdadero y autentico trashumante juglar de la música vallenata, llegó a Media Luna poco antes dejaran de sonar los estruendosos cañones de la segunda guerra mundial, en 1945.
“Chico” fue atraído por la belleza, exuberancia y fertilidad de esa región, vivió allí en finca “La Torre”, de cultivos de pan coger por largo tiempo con su esposa, Ana Olmedo, siempre se veía a “Chico” ejecutando su acordeón con sus amigos y su infaltable botella de ron.
Al acordeonero se le percibía preocupado cuando tenían que pasar por los tenebrosos y famosos sitios de alta peligrosidad en la serranía, “El Cepo del Padre”, y “La vuelta Oreja ”, viaje que hacía regularmente a San Diego para intercambiar o hacer trueques de sus productos agrícolas.
Jiménez salía en su recorrido desde Valledupar, San Diego, pasando por El Rincón, tierra del Juglar Juan Muñoz, quien era empleado de los correos nacionales, Muñoz comenzaba su recorrido desde caserío del Rincón donde Muñoz tenía su residencia y un pequeño hato, salía de su aldea a recoger la correspondencia en Valledupar y la llevaba hasta Ciénaga, localidad donde la dejaba para que un diablo llamado tren la llevara a sus destinos, ese camino lo cubría Juan en bestia o a pies, en algunas ocasiones era recogido por el vehículo de Enrique para ir a Valledupar o venir de esa localidad al caserío El Rincón.
Allí en el Rincón, Población de Juan Muñoz, comienza la cordillera arriba a empinarse y convertirse en un camino agreste para llegar al pueblo ubicado a más de 2,500 metros de altura, en lo más alto de la sierra, donde anidan los cóndores.
Enrique Jiménez, arriesgaba su vida y la de sus pasajeros por esos caminos sinuosos, totalmente destapados, que él muy hábilmente supo sortear, había momentos de peligros, susto y miedo.
El vehículo cuando subía la empinada montaña, que en invierno se tornaba resbaladiza, trataba de detenerse y devolverse de rever, su ayudante, Julio Rincones, llamado cariñosamente “Cejita Blanca”, por sus cejas pobladas totalmente blancas, se bajaba muy rápidamente y acuñaba el camión con grandes piedras que lo aguantaban. Otras veces, el motor del camión se recalentaba, otra vez entraba a escena “Cejita Blanca” quien refrescaba el motor del camión con las puras y cristalinas aguas del Rio Perú, que desciende de lo más alto de la cordillera del Perijá o del rio el Salado, que tiene su nacimiento en un manantial, ubicado en El Rincón, en la Finca “El Corralito” de nuestro abuelo paterno fallecido, Mario Guerra Araujo, nombre del rio que hace honor al sabor de sus potables aguas, “El Corralito”, años después paso a ser propiedad del Juglar “Chico” Bolaños.
Todo el mundo apodaba a Julio Rincones, ayudante del camión como “Cejita Blanca”, era muy popular su apodo entre sus pasajeros, él no lo sabía que lo llamaban así a sus espaldas, nadie se atrevía a llamarlo de frente de esa manera por temor a un disgusto, o tal vez porque no sabían su nombre de pilas , supo de su apodo muchos años después , ya retirado del oficio, se lo comentó mi hermana Yadira quien se lo encontró casualmente en una consulta médica en Valledupar donde reside, se rio a carcajadas de las ocurrencias-
Mi hermano Beder, que en paz descanse, le pusimos el apodo “Cejita Blanca”, porque en sus juegos infantiles en Media Luna, decía ser “Cejita Blanca”.

Nuestro Camionero hacia su recorrido diariamente ida y vuelta, gracias a su pericia al manejar por esa estrecha vía llevaba hasta buen puerto su valiosa carga humana y de pan coger.
Jiménez y su camión mixto para esa época era el único contacto que tenían esas olvidadas poblaciones con el resto de la región, su presencia era esperada con ansiedad por los moradores de esa rica despensa agrícola, algunos lugareños que esperaban ansiosos su llegada se agachaban y pegaban el oído al suelo, a ver si escuchaban el retumbar del sonido del camión en la tierra.
Efectivamente La persona agachada oía el rugir del motor del camión con la oreja pegada al suelo, se levantaba y exclamaba, ¡Ahí viene Enrique !,.
Se escuchaba una explosión de júbilo y alegría entre las personas que esperaban agolpadas en la pequeña estación cimera.
Esa algarabía también se escuchaba cuando el anunciaba su llegada a la Media Luna con el pito psicodélico de las cornetas del camión, ese sonido era música para los aldeanos, Felicidad total.
Por esas alturas también habito durante veinte años, el trovador Lorenzo Morales, quien se fue decepcionado de Guacoche para la serrana del Perijá, por los celos enfermizos de su mujer.
Morales quien, tras regresar a su hogar de una larga jornada de varios días de parrandas y encuentros musicales con Emiliano Zuleta, hallo que Amparito a quien le compuso un son muy famoso, le había vendido la cosecha un maíz que tenía para pagar sus deudas.
Alla en la Cordillera arriba de Codazzi, organizo una parcela junto a su nueva diosa de la serranía, Ana Benilda Romero, con quien tuvo una docena de hijos.
Fue grata la permanencia de Morales en la sierra, no frecuentaba los sitios de parrandas, se le veía en todos los lugares, pero en ninguno estaba, era el único juglar de la música vallenata, que dejaba su huella antes de poner el pie, en el folclor vallenato la dejo muy profunda.
Se sentía tanto su ausencia en la región, que algunos lo dieron por muerto, Lo dijo Leandro Díaz en su canción, La Muerte de Morales, que grabaron Los Playoneros Del Cesar,
Pero murió Morales
Ninguno lo oyó decir
Murió poéticamente
Dentro de la serranía.
Después de veinte años de ausencia y ante los requerimientos de sus Amigos que fueron a la montaña a Buscarlo, Morales se reintegro a su vida parrandera.
Gratos recuerdos de infancia cuando vivimos en la población Selenita, con nuestros Abuelos, Camilo Gutiérrez Daza, invidente, quien tuvo que emigrar de su natal San Juan del Cesar, por desavenencias con él promiscuo padre Dávila, llego al penetrante frio de la serranía del Perijá, a residir en ese entorno-
Camilo Gutiérrez, fue muy amigo de Enrique, “Chico” Bolaños, Lorenzo Morales y del maestro Leandro Diaz, Leandro llego a esas cumbres borrascosas huyéndole a la pobreza endémica y a la discriminación de que era objeto, también por su ceguera.
Vivió en el caserío de Tocaimo, aldea a escasos metros de Media Luna, vereda de campesinos, ayudaron a Leandro a mejorar su calidad de vida, le brindaron, cariño, amor, calor humano, afecto que no encontró en otros lugares, en esa población a orillas del rio Tocaimo, Leandro más relajado, solucionado sus problemas de primera necesidad, hizo sus mejores canciones, incluida Matilde Lina y “Los Tocaimeros” donde Leandro en gratitud nombra a todos esos personajes que lo socorrieron en esa población, incluido Camilo Gutiérrez quien vivía con su esposa Ana Vega Cuello, Nuestro padres, Celso Guerra Arzuaga y Agustina Gutiérrez Vega, mis hermanos Adulfo, Yadira, Beder Mario.
La carretera que va de San Diego a Media Luna su estado fue mejorado, con pavimento y placa huella, gracias a la gestión de un hijo de esa tierra, Robinson Salinas Guerra, quien reside en Bogotá hace muchísimos años laborando entre ministerios y congreso de república y aprovecho su amistad, con un congresista para lo ayudara con el proyecto de mejoras de vías terciarias.

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