Aquéllos versos, aquéllas tardes, aquéllos días…

Hoy la humanidad no vive sus mejores días, muy a pesar que este siglo estaba anunciado como el mejor en varios aspectos. Medicina, educación, investigación, conocimiento, mejoramiento en agricultura, nuevas energías, prevención de delitos, solidaridad, justicia, educación, ecología y ciencia climática, equidad, distribución de  bienes y tantos etcéteras innombrables.

La ONU indicó igualmente que las riquezas ya no serían metálicas, monetarias o financieras, sino de conocimiento, es decir, el hombre y su valor, equivaldría a libros leídos, conocimientos adquiridos, algo así. Sabes tanto, vales tanto.

Algo intangible y creo que también incomprensible por el momento. Pero en estos tiempos dolorosos, asustadores, lamentables, impredecibles, la poesía, sí, esa señorita de las palabras que por siglos vagabundea entre nosotros, nunca se acaba, se transforma, aparece envuelta, ya no entre nubes azuladas, sino entre pantallas, sistemas, conexiones y otros cables, incluso inalámbricos. Todo cambió.

Aquellos vates populares de donde aprendimos sus versos en los años mozos, hoy son un saco de nostalgias que se escurre como el agua entre los dedos. Con Amado Nervo cantábamos… “Ama de nuevo y sé feliz/ sofoca, hasta el perfume de mi amor, si existe/ solo te pido que no borres, loca/ al sellar otros labios con tu boca/ la huella de aquel beso que me diste”. Hoy los buenos besos están prohibidos, cancelados, asustados, infectantes…

Recordar a Carrasquilla (no el ministro de los huevos a $1.800) era un placer, pero coincidencias hay. Ricardo escribió: “Mi compadre Isaac Rengifo, con capote andaba, y el monigote lo llamaban y el cachifo/ Después compró botas, frac y sombrero, y robar pudo algún dinero y se llamó Don Isaac/ Hizo luego una excursión por la Francia/ vistióse con elegancia y fue Monsieur Rangifón/ lo que puede una edición”.

Las cosas cambian, en la política ayer, Pombo escribía: “Y esta pobre viejecita, al morir no dejó más, que onzas, joyas, tierras, casas, ocho gatos y un turpial.  Y si volvemos al presente, ni el gato caza, ni el turpial canta”.

Pero la poesía sigue, no se detiene, muere y resucita, es ausencia y presencia. Aquel verso de Valencia (el abuelo de Paloma) en amores, puede repetirse: “De lo que fue un amor, una dulzura/ sin par, hecha de ensueños y de alegría, solo ha quedado la ceniza fría, que retiene esta pálida envoltura. Guillermo pudo conocer la amapola”.

En este Valle de potreros, caballos y novillos, los muchachos aprendían versos de Ricardo Nieto. “Por los caminos y las alquerías/ que el sol ilumina de vivos reflejos/ recordando siempre sus mejores días/ pasan renqueando los caballos viejos/ llenos de amarguras y melancolías”. Y sus padres, también recordaban la escuela con algún animal en los playones y con Epifanio Mejía, recordaban: “Ya prisionero y maniatado y triste/ sobre la tierra quejumbroso brama/ el más hermoso de la fértil vega/ blanco novillo de tendidas astas…”.

Ya no viene el aceite en botijuelas, gritaba por los lados de Cartagena ‘El Tuerto López’, sin embargo, otro de los poetas del siglo anterior, Enrique Álvarez Henao, deleitaba su pluma cantando:  “A un lado y rabiosas contorsiones/ aspiraba un ratero empedernido/ y en el otro un ladrón arrepentido/ y en el medio un robador de corazones/ y el otro, el de la luenga cabellera, que sufre, que perdona, y que redime, se robó al fin la humanidad entera!”.

La poesía no morirá, el ministro observa, la viejecita está ahí, los novillos siguen, los ladrones ladran, el corazón ama, lo que falta es el líder, esa luz no quiere aparecer. ¡Viva la poesía, entonces!

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