Crónicas

Las cabañuelas

En los primeros días del mes de enero, en nuestro medio, los abuelos se daban a la tarea de pronosticar las condiciones climáticas del resto del año, esos vaticinios los hacían según el comportamiento de los primeros días de lluvia de ese año que apenas iniciaba.

Además de predecir el comportamiento atmosférico, también lo hacían con el de los animales y, aún más, con el estado emocional de las personas, dependiendo de los cambios de la luna.

Para esos cambios lunáticos de las cabañuelas, aparecían por temporadas personajes típicos descontrolados de nuestra región, incluido ‘Chorro Balin’ su afición era lanzarle piedras al que osara siquiera de decirle “chorrito”.

También estaba Adelaida Rodríguez, excéntrica mujer que vestía de colores encendidos, conocida en el viejo Valle como ‘La Carpa’, leía la buena suerte en las manos de las damas y la borra del café, lo hacía en forma aritmética, copa más copa, copa; que de copa, copa.

Almanaque Bristol

Otro pintoresco personaje era ‘Cabirol’, de los primeros de la region que se conoció que consumía cannabis, un cineasta consumado, hacía alarde de su ropa almidonada, se ponía el pantalón subido en una silla para no arrugarlo. Era de caminar levitado de medio lado, lo hacía como en las películas del viejo oeste que tanto disfrutaba, siempre mantenía bajo su brazo el libro del almanaque Bristol, al que siempre consultaba para saber los caprichos ambientales.

Bristol era una publicación creada en Estados Unidos que tuvo una fuerte influencia en los países de habla hispana, este librillo hacía sus recomendaciones basadas en las posiciones de los astros, aconsejaba qué momento era favorable para la siembra, la pesca, caza, cría de animales domésticos, el amor, incluso hasta para cortarse el cabello o para el juego de azar.

Para entonces, estaba muy de moda el juego de La Pimientica, el que alguna vez para el día de San Juan Bautista, el maestro Emiliano Zuleta Baquero, siguiendo los consejos de este almanaque, le apostó y perdió todo el dinero de la comida de la semana, ante eso, su esposa, la señora Carmen Díaz, lo sentenció a dieta total: “Vai’ a comé Pimientica”.

Agoreros en extinción

‘Chepo’ era otro hombre con trastornos mentales, recorría las calles a pie,  simulando manejar un carro viejo, la cabrilla era su viejo sombrero, su carro imaginario se varaba y había que empujarlo y echarle gasolina. Tenía días de parada porque, según su imaginación, las cabañuelas habían pronosticado mal tiempo. Las cabañuelas vaticinaban si el año iba a ser bueno o malo para la siembra, seco o de muchas lluvias, allí se encontraba, según los cabalísticos vaticinios, hasta de las cosas del amor.

Todas estas predicciones, en sus distintas manifestaciones, eran seguidas al pie de la letra por nuestros antepasados, quienes las transmitían a sus familiares generacionalmente.
Eran los buenos tiempos para los vivos, adivinos, profetas, agoreros, pitonisas, culebreros y palabreros, pero los avances tecnológicos de la modernidad los han opacado, aunque algunos por ahí persisten en cautivar incautos.

La mayoría de los jóvenes de esas épocas de la comarca del Valle de Upar no eran ajenos a esos augurios, la unión familiar existente era fuerte, así lo manifiesta el compositor Roberto Calderón Cujia, oriundo de San Juan del Cesar (La Guajira), quien tuvo todas esas vivencias junto a su abuelo, Enrique Cujia, campesino elemental y sabio.

La primavera

Desde la finca ‘Jatico’, Calderón ponía en práctica todos esos conocimientos aprendidos de la maestra vida y debatía con sus vecinos, amistades y familiares las proyecciones climáticas del almanaque Bristol, que a veces no concordaban con los vaticinios de las cabañuelas criollas de la comarca. Por toda la región merodeaban los juglares en busca de la vida, principalmente el extraordinario Leandro Díaz Duarte, quien se hacía acompañar musicalmente de la dulzaina, era muy amigo de Julio Cujia, gerente de la Caja Agraria de Valledupar y tío de Roberto.

Allí, en esa finca, Calderón conoció y escuchó la grandeza musical de Leandro, y le gustó la canción ‘La Primavera’, en la cual Leandro Díaz saca a relucir su amor por el paisaje natural de la región y lo asemeja a la belleza de la mujer:

“El 22 de marzo entra la primavera/entra alegría a la Sierra y yo adorare a mi encanto/por eso le canto a mi morena que tiene sabor a primavera”.

Víctor Silva, otro cantor, compositor, acordeonero, campesino iletrado, capataz de la hacienda Las Cabezas, en El Paso, también le cantó a la belleza de la mujer y la comparó con la fragancia de la primavera.

“La mujer y la primavera
Ay, son dos que se parecen
La mujer huele cuando está nueva
La primavera cuando florece”.

Años más tarde, este cúmulo de conocimientos y experiencias fueron determinantes para que el compositor Roberto Calderón, residenciado en Barranquilla, en su doble condición de estudiante universitario y enamorado nostálgico, compusiese una de sus grandes obras musicales: ‘Las Cabañuelas’, obra en la que presagia lo que podría pasar en el futuro con su nuevo amor, y lo augura bueno porque lo asemeja a las bondades que produce la lluvia, a la fertilidad de la tierra en el comienzo del año.

“Ya llega enero y estrenando el año
Rostros alegres de esperanzas sueñan
Y comparé mis sentimientos con  las cabañuelas
Y dibujé, mi corazón como cuarteada tierra

Que haya tierra mojada, que venga mi adorada …………
Cabañuelas de amor
Adiós dolor y que llueva”.

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